Bienvivido y Bienvivida

BUENO, EN EL FONDO, FONDO, FONDO, NO EXISTIMOS.

lunes, 13 de junio de 2011

Educación infantil para adultos. Eva Benítez de Lugo. (Parte XIV)




Eva Benítez de Lugo Enrich   Ver su blog

Psicóloga humanista especialista en niños

MI HIJO, MI MAESTRO
Artículo publicado en el boletín 2011 de la Escuela Madrileña de Terapia Gestalt



 Mi hijo pequeño se llama Gabriel, tiene dos añitos. Él es mi maestro en casa, recordándome en lo cotidiano todo lo que es verdadero y sano para mí.

Cuando vamos caminando a algún sitio ( a la playa, al embarcadero, al parque…) él se toma su tiempo, no lleva prisa, como sin importar a dónde se dirige. Disfruta de lo que en el camino se va encontrando, parando en aquello que le llama la atención. Yo, al acompañarle, me paro con él y el tiempo carece de importancia, instante tras instante sin ir a ningún lugar. Aquí y ahora.

A veces hace algo complicado y me doy cuenta de que pienso que no va a poder y tiendo a desanimarle , como para protegerle de la frustración de la dificultad. Si me sujeto un poco, le dejo y le veo de veras, sin ideas previas. Entonces me muestra como la dificultad no es problema para él, repite una y otra vez lo que necesita repetir hasta que lo aprende y pasa a otra cosa. Si se cae se levanta y si se vuelve a caer se vuelve a levantar. Si le duele, se para , se mira, pide algo de consuelo y vuelve a empezar. Contento, centrado y tranquilo, va de aquí para allá…y yo no sé si estos ratos con él en el jardín de casa, yo le cuido a él o es él quien me nutre a mí.
Por ejemplo, coge una pelota de pim pom y una raqueta. Le digo tierna y asombrada “pero si tu eres pequeño!”, él insiste en que yo le tire la pelota. Me paro, le miro y me lleva a su mundo. Jugamos largo rato, da igual si da o no da a la pelota, todo es divertido; tirarla, recogerla, prepararse para darla, acertar o no ; sin prisa, sin resultado, solo ensayando y disfrutando. Me centra, me llena. Me enseña que el logro no importa, vive el proceso.


Cuando sube y baja de ánimo, intento acompañarle sin engancharme demasiado. Ahí veo que lo que le pasa al otro no siempre depende de mí, que a veces no hay nada que yo deba hacer. Oye, ¡¡qué tara esta la mía de creer que todo lo que le pasa al de al lado es asunto mío o que yo tengo que hacer algo al respecto!!. Si necesita llorar, llora y yo le acompaño. Si necesita rabiar y descargar su mala leche, patalea y enloquece hasta que se le pasa, sin querer otra cosa más que estar en eso. Le miro con cierta amplitud y le dejo ser. De paso, me dejo a mí. Eso, si puedo; otras veces me saca de quicio y grito. Entre pataletas y risas, me recuerda que la vida es eso, momentos de sentirse bien y momentos de sentirse mal, que cada día hay un poco de todo.

Me hace ejercitar el músculo de abrir y cerrar el corazón. Me da golpe en un ojo, me cierro; me dice una cosita graciosa, me abro; lucha a muerte para ponerle un pañal, me cierro; la piel suave de sus ingles, me abro; pelea dura para atarle en la silla del coche, me cierro; canturrea unas palabras mientras conduzco, me abro. Así todo el día.

Me tiene fascinada con su descubrimiento y aprendizaje de los colores. Ensaya y dice de vez en cuando señalando un objeto: “¿azul?”, “¿rojo?”, “¿naranja?”. No acierta una, increíble. Le da igual, se queda tan satisfecho . Para él es suficiente entrar en el mundo del color, le encanta señalarlos independientemente de acertar o no. Sabe que no sabe y sigue tan contento. Aprendizaje sin exigencia, a su medida.

Lo mismo ocurre con las palabras: Con su lengua de trapo las va ensayando, mezclando sílabas, creando su propio lenguaje y ampliando su vocabulario, consciente de que no las dice como los demás. Me maravilla como lo hace natural, divertido, ligero, sin buscar nada, sobre la marcha, sin importarle si dice la palabra como es. A la vez, con tesón y ensayo, una y otra vez. Me contagia su permiso, su no exigencia, su libertad, el gusto por hacer las cosas a su manera. Ahora está construyendo sus primeras frases completas con palabras fáciles. Me llegan como música venida directa del cielo, suenan de forma muy especial.

A veces me atrapa la belleza de su cuerpo, tierno y fuerte a la vez. Contemplo su culete, su espalda, sus manitas…Tocarle cuando se deja, me pone en un lugar de mucha sensualidad inocente, disfrute tierno, como de tierra dulce.

En ocasiones le voy a ayudar con algo y me dice dándome un pequeño codazo, “quita, quita”. En esos momentos siento el freno y seguidamente se me ensancha el corazón. Me recuerda que ayudar y salvar al otro no siempre es bueno, que no me necesita siempre. Ahí me aligero y vuelvo a mí.

Gabriel me ayuda a sentir que mis hijos (los dos, Pablo y él)) son hijos de la vida, que hay una parte que me toca a mí pero que su vida es suya. Él me hace fácil esto, le veo como con sitio en el mundo, le siento protegido, seguro, que vive lo que le toca. Vivir esta confianza con él me ayuda a sentir lo mismo con Pablo, con quien, a pesar de ser mayor (5 añazos ya), siento mucho más apego. Mis hijos son hijos de la vida y un poquito míos.

Cuando en raras ocasiones está enfermo pide mucha atención y que me pare para él. Me rindo a ello y lo dejo casi todo para mimarle unos días. Es una delicia cuidarle, paramos juntos y yo le quiero y le quiero.

A veces me envuelve en su juego y de repente siento que su magia nos guía y me dejo llevar. El juego me cura, me actualizo .

Él me da medicina antiego, me hace renunciar a lo mío, ponerle antes que a mí, ceder, tener paciencia, cambiar mi plan, entregarme, perdonar, cuestionarme… aspectos para mí impensables antes de ser madre.

Cuando me voy de casa a mis cosas y me despido, dice “mamá volver”, como entendiéndolo y sin preocuparse demasiado . Ahí le puedo soltar, dejar de ser madre por un rato y tener la libertad de ser otras cosas.

Me da estabilidad, sentido de familia, orden, rutina, anclaje, me aterriza.

Aún no conoce el significado de “perder” y “ganar”, pero lo oye en otros niños un poco más mayores. Hacen carreras y él, con su correr todavía un poco de bebé, va detrás de los demás, en última posición y gritando feliz con su vocecilla cantarina “yo gano, yo gano!”. Me maravilla; la victoria para él es un estado interior que nada tiene que ver con la comparación con los otros . Me derrite, se me cae la baba, me lo quiero comer, me llena de libertad.

A veces le pongo un límite o no le doy lo que quiere. Se enfada, grita y patalea; me dice “mala”. Yo le miro con ojos grandes asombrada por su atrevimiento y sostengo el ser mala para el otro. Pues si, a veces soy “mala”, me digo. Esto me hace sonreír por dentro, me curo, qué peso tener que ser siempre una buena persona.

Gabriel me da cada día luz en mi corazón, solo tengo que pararme a mirarle. Mi relación con él me ayuda a tener mi proceso al día. GRACIAS PEQUEÑO, QUÉ GRANDE ERES.

1 comentario:

  1. De una cruda realidad (en la parte 13 de esta serie de posts) a otra dulce realidad (aquí)...

    ResponderEliminar

Buzón de ideas