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BUENO, EN EL FONDO, FONDO, FONDO, NO EXISTIMOS.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Educación infantil para adultos. Frédérick Leboyer. (parte XX)

   
                                                         PERMITIDME NACER EN EL GOZO

Frédérick Leboyer escribió en 1976 el libro Por un nacimiento sin violencia, publicado por Mandala Ediciones en 2008, Madrid. El Dr. Leboyer escribe el libro en clave poética, entre el desgarro y lo sublime.


Con este libro, es la primera vez que la Medicina habla del proceso del parto desde el punto de vista del bebé que va a nacer, de sus avatares, de la experiencia de su nacimiento. Donde claramente se manifiesta una empatía por el bebé en su viaje a la vida. Entonces, el bebé deja de ser el producto del parto y pasa a ser el protagonista, la razón de ser del parto. La mujer da a luz, el bebé nace”.

Sobre el parto hospitalario:

¿Y dónde se pone a este mártir, este niño salido de la caricia
de las entrañas?
¡Sobre el platillo de una balanza!
Acero, dureza, frío helador,
Un frío que muerde como el fuego.
¿Podría hacerlo mejor un sádico?

Vuelven a coger al niño de nuevo
Por los talones.
Nuevo viaje. Nuevo vértigo.
Lo dejan en la esquina de una mesa.
Lo abandonan por poco tiempo, siempre llorando.
Ahora las gotas.
Por si fuesen poco los puñetazos que les da la luz a sus
ojos, hay que protegerlos contra una infección que ha
desaparecido hace mucho tiempo.
El niño se debate, lucha como un poseso; pero nosotros
somos más fuertes: nosotros somos los grandes.
Entonces, se fuerzan los tiernos párpados y se dejan caer
unas gotas de un líquido que abrasa...

Sí. Eso es el nacimiento:
la masacre de un inocente,
un suplicio, un calvario.
¿Pensar que de tal cataclismo no puede quedar nada?
¡Qué ingenuidad!
Por todas partes quedan huellas :
en la piel, en los huesos, en la espalda,
en las pesadillas,
en la locura,
en nuestras locuras: prisiones, tortura.



Sobre el parto no violento :

Ha ido de descubrimiento en descubrimiento, de novedad
en novedad, con tanta prudencia, tanta lentitud, seguido y
llevado con tanta atención e inteligencia, que nada puede
producirle miedo.
Él sabe que se ha comprendido.
Que lo han comprendido.
Sabe
que se sabe que él sabe,
que está allí.
Por ese motivo tiene confianza.
En vez de defenderse de la novedad, la acepta.
La examina, la disfruta y pronto se deleita con ella.
Donde lloran los recién nacidos, nuestro héroe se queda en
silencio, con los ojos completamente abiertos.
Cuando hay un cambio, grita algunas veces;
pero en una exclamación de sorpresa.
O un cambio de humor: cuando lo sacan del baño,
protesta, porque se ha terminado.
No, nunca hay sollozos ni pánico ni histeria.
Sencillamente, este niño sabe lo que le gusta y lo que no le
gusta y lo manifiesta.

En el niño, se mueven las manos y los brazos. Las manos no
dejan de tocar, de explorar.
Con una calma extraordinaria, con una gravedad profunda, el
niño inspecciona su nuevo reino.
De este recién nacido silencioso emanan una fuerza y una paz inmensas.
Completamente despierto, con la máxima atención, está radiante.
Es el niño-rey, el niño divino del que dicen la Escrituras:
Si no os hacéis como niños...”.
O, mejor aún, como el niño del que habla Lao Tse:
El que tiene una gracia superabundante que desborda, el
Santo, el Perfecto, es parecido a un niño recién nacido”.
Esta “gracia superabundante”,
que no tiene nada de graciosa,
sino que es fuerte, que es vida,
ésa sí emana de este bebé que está en silencio,
irradia y baña
a todos los que están alrededor de él
y saben, además, sentir, percibir,
callarse
y escuchar.

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