Bienvivido y Bienvivida

BUENO, EN EL FONDO, FONDO, FONDO, NO EXISTIMOS.

martes, 10 de febrero de 2015

En la cascada, el agua se ríe de su caída



Quería comprar el libro de Claudio, Budismo Dionisíaco, del que hice alusión en un post anterior y todavía no lo habían recibido en la librería Pasajes de Madrid. Entonces curioseando por las estanterías de libros me encontré este título: El Buda de la Risa, la leyenda de Budai, de Mario Satz. Budai fue un monje vagabundo que vivió en China a mediados del siglo X, recorría las aldeas y los pueblos recordando las virtudes de la risa y el buen humor a todos los que se encontraba, o sea, que era un buen dionisíaco. 


Esta fue la historia que me encontré al abrir el libro por primera vez:

–Quien no camina muerto hacia su vida –sonreía Budai–, camina vivo hacia su muerte. 
  –No comprendemos la inversión de esos términos –le decían.
  –La sutileza ha perdido a más de uno y las fábulas no dan de comer –le decían. 
  –Si la satisfacción está antes que el deseo y la muerte antes que la vida, y el haber llegado antes que el partir, y amar antes que la necesidad de ser amado, y la jovialidad antes que la causa que la despierta, entonces todo aquello que nos sostiene es un corazón vacío de sí mismo, enamorado de ser, como el rocío a las rosas, una transparencia que dilata. Sin esperanzas ni remordimientos, deberes o promesas. Somos el primer dador de nuestra felicidad.




   –¿Y cuál es el método? –insistían–. ¿Cuál es la manera de invertir los términos y concedernos a nosotros mismos lo que, de hecho, esperamos de los demás?
   –En invierno, la abeja come miel que fabricó en verano –contestó Budai– ; del mismo modo, el adulto se alimenta de las dulzuras de su infancia. Mientras esté despierta la admiración, estará atento el aprendizaje. Los cabellos de nuestra muerte caen cada día, la piel de nuestra extinción se desprende instante tras instante. A menos que comprendamos este disgregar cotidiano, ¿cómo podremos gozar de las bandadas de grullas que se alejan y de los grillos que mantienen a las estrellas en su sitio? En la cascada, el agua se ríe de su caída.
   –Oh –exclamaban, sorprendidos, sus oyentes.
   –Ah –decían las mujeres–, es un poeta, no hay que hacerle caso.
   Budai se marchó al día siguiente, temprano. Agradable, sencilla, en la mente de quienes lo habían oído reverberaba aún su frase sobre la cascada.



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