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domingo, 19 de agosto de 2012

Educación infantil para adultos (36). El lenguaje de un niño disléxico


Javier Mariscal

El diseñador que concibió Coby para los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992 y que hizo con Trueba 'Chico y Rita' sigue siendo un niño que añora la bicicleta y cree que una piedra en unas manos infantiles puede ser un avión. Aquí lo cuenta. Descubrió a los cincuenta que sus problemas con el lenguaje se debían a la dislexia. Aquella pelea con las palabras le puso en el camino: “Como se reían cuando leía, ni siquiera intenté leer, me hice mis diccionarios visuales, y mientras ellos se partían por leer un 'julio verne' o un 'salgari', yo dibujaba caritas. Lo hice para defenderme y hoy es mi modo de vida”



Aquel niño supo a los 50 años que era disléxico. “Mi hija se fue a estudiar a Londres, le hicieron unas pruebas y concluyeron que era disléxica. A mí eso me sonó muy familiar, investigué y en efecto llegué a la conclusión de que yo había sido muy disléxico”. No lo pasaba mal, excepto por las burlas de los hermanos cada vez que intentaba leer un tebeo. “Y como se reían cuando leía, ni siquiera intenté leer, me hice mis propios diccionarios visuales, y mientras ellos se partían por leer un julio verne o un salgari, yo dibujaba caritas. Donde los niños escribían ‘mi mamá me mima’, yo dibujaba la cara de mi mamá y la cara de un niño que era yo. Y si quería escribir ‘el oso ama a la osa’, hacía las caritas del oso y de la osa. Me reñían, me decían que la escuela era un sitio serio, ‘¡aquí no estamos para bromas!’, pero yo no estaba haciendo bromas, yo les estaba hablando con mi lenguaje. El lenguaje de un niño disléxico que no sabía que lo era. Ellos no lo sabían, y yo tampoco, pero a ellos yo no podía reprocharles que tacharan con lápiz rojo mis dibujos”. La única manera de tachar aquel recuerdo, o de mejorarlo, “es no usar jamás el bolígrafo rojo, ¡me da pavor!”.






Hay otros sucesos que marcan el fin de la infancia, cuando te describen el infierno, por ejemplo. “A veces nos llevaban a hacer ejercicios espirituales y traían a un cura especial que te explicaba la crucifixión y el vía crucis, y esas cosas me emocionaban porque las percibía como una fantástica película de terror. Pero cuando el mismo cura que nos metía en esa fantasmagoría de terror nos hablaba del pecado, yo no entendía nada. Yo era un niño. Me estuve confesando mucho tiempo diciendo que me la tocaba cuatro o cinco veces al día porque el cura me preguntaba cuántas veces, pero en realidad lo que yo le decía correspondía a las veces que me la tocaba para mear. Y el tío me pegaba hostias. ‘¿Seguro?’, decía. Tanto me atemorizó que me sentaba como las chicas, para no tener ese contacto por el que él me pegaba. Cuando entendí por qué me azotaba, pasé a decirle una cantidad razonable de veces, una vez por ejemplo, y entonces él se aliviaba, ‘eso está mucho mejor’, y me perdonaba. Así hasta que me enteré a qué se refería. Imagino que entonces es cuando definitivamente dejé de ser el niño inocente que además era disléxico. Eso sí, cuando te enteras de qué era lo que le molestaba al cura, empiezas a disfrutar muchísimo”.

 Entonces, como ahora, el creador de Cobi (y de Chico y Rita, la muy placentera película de dibujos animados que hizo con Fernando Trueba) sigue comiendo sopas de letras, como un niño que quiere ordenar su muy disperso alfabeto

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