Este texto de Alejandro Jodorowsky lo he extraído, con su permiso, de su libro Metagenealogía, Siruela 2011. Su propuesta de sentirnos diferentes es esencial para evolucionar de forma genuina y no tan imitativa.
¡SENTIRNOS DIFERENTES!

Valérie y yo acostumbramos a los nuestros a recibir algo de dinero para que se compraran su ropa: “Aquí tienes tanto para un traje, tanto para ropa interior, tanto para zapatos”. Cada cual elegía lo que su íntimo gusto le pedía, sin ninguna indicación previa. A Teo, por ejemplo, le gustaba llevar en el pie izquierdo un calcetín de color diferente al del pie derecho, Brontis elegía siempre ropa en tonos grises, Cristóbal de colores chillones y Adán se inclinó por lo elegante. Igual sucedió con sus personalidades, cada uno desarrolló ideas y gustos propios. Uno se entusiasmó con el deporte, otro con la literatura, otro con la magia y el cuarto con la música.
A pesar de que nuestra situación económica no era holgada, nunca hicimos que el mayor pasara su ropa al hermano menor. Nuestro deseo de afirmar sus individualidades –sin confundirlas con egoísmo- nos hizo comprarles los utensilios de mesa que desearan. Cada uno eligió su estilo de tenedor, cuchillo, cuchara, plato, taza, etc. Cristóbal se inclinó por una vajilla negra, Brontis por una japonesa, Teo por una metálica, Adán por cubiertos de plata y platos decorados con cabezas de gato.
Cada cual tuvo derecho a pintar su cuarto con su color preferido, elegir sus muebles, colgar en las paredes lo que se le antojara. Educados con tal libertad, desarrollaron un carácter fuerte que provocó en ellos abundantes peleas. La mayor parte, motivada por los celos: en el momento del postre, en la cena, cuando dividíamos una tarta, ellos vigilaban a quién le tocaba el pedazo más grande, para ver cual era el preferido. La solución fue ésta: cuando dos se peleaban, decidíamos que uno cortara la tarta y el otro eligiera a quién tocaba cada uno de los trozos.
En un momento dado de su crecimiento, Cristóbal experimentó agresividad hacia Teo. Por aquel entonces, habíamos creado un teatro de marionetas en el que un muñeco representaba a Cristóbal y otro a Teo. Yo le había propuesto animar aquel teatro, en el que Cristóbal manipulaba la marioneta “Teo” y viceversa. En consecuencia cada uno de ellos podía entrar en el carácter del otro y llegar así a comprenderse mejor.
En cierta ocasión, Brontis, en una pelea por ver una película que él había elegido, comenzó a sacudir con furia a Teo, que se había apoderado del televisor. Me interpuse amablemente e hice que soltara a su hermano. En vez de echarle una bronca y acusarlo de “violento” o “malo”, le propuse: “En lugar de pegar a tu hermano, ¿por qué no descargas tu rabia contra esa sandía? Te doy permiso para que la aplastes a patadas. Luego escribe a tu hermano una carta manifestándole lo enfadado que estás con él por acaparar el televisor. Él comprenderá mejor tus palabras que tus golpes”.
Muy interesante! No se si llegar al extremo de que cada cual tenga sus platos y utensilios en la mesa (creo que los extremos no son buenos), pero en general estoy de acuerdo!
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